Las semanas pasadas se llevó a cabo la Conferencia de las Partes No.26 (COP, por sus siglas en inglés), esta conferencia se da en el marco de lo que se conoce como “la década de la acción” haciendo referencia a lo imperativo de accionar sobre todos aquellos compromisos adquiridos por las naciones en ocasiones anteriores. En esta emisión se esperaba se discutieran las acciones a tomar, para lograr cumplir con lo pactado en el Acuerdo de París.
Desafortunadamente, esta conferencia al igual que el resultado de muchas otras negociaciones internacionales le falló a la población global con su incapacidad de proponer soluciones que de verdad impacten en la problemática.
¿Cómo es que en las últimas tres décadas, las emisiones han aumentado a pesar de todas estas supuestas soluciones que parecen cada vez más comprometidas?
La acumulación y aumento de crisis humanitarias deja un mensaje claro,de todo lo que se plantea en convenios internacionales en nombre de una solución, se ha resuelto muy poco.
A través de los años hemos visto a los dirigentes de los países reunirse para supuestamente proponer soluciones para distintas problemáticas, sin embargo la poca representación de las poblaciones afectadas y la burocracia que caracteriza a los líderes internacionales, logra únicamente ajustar las problemáticas a un modelo de vida cuyo único interés, parece ser el crecimiento y desarrollo sin límite.
Siendo así, se pactan soluciones que dan la impresión de compromisos pero cuyo único interés es impulsar este supuesto desarrollo; estas soluciones cumplen con su propósito, el de lanzar un mensaje al mundo de que se está haciendo algo y al ser este su propósito no hay seguimiento ni seguridad de que estas soluciones resuelvan algo. Con frecuencia estas soluciones falsas, van acompañadas de discursos en los que se responsabiliza a la población mundial de lo que sucede dejando un ambiente de culpabilidad que nos distrae de la verdad innegable, la humanidad liderada por la política internacional, persigue un crecimiento sin fin, ni propósito; crecimiento por el que hemos sacrificado el bienestar de gran parte de la población global y que beneficia a la minoría.
Para el caso del calentamiento global no es distinto, las negociaciones internacionales siempre buscan una manera de ocultar el desarrollo detrás de una forma de vida sustentable, en torno a esto se ha evolucionado el término de desarrollo sustentable a economías verdes y después a geoingeniería y a otros tantos; todos prometiendo sustentabilidad en nombre del avance, a pesar de que es evidente que el enfoque de desarrollo tecnológico y financiero es lo que ha traído la problemática que ahora se intenta resolver con los mismos ojos, cuando en realidad lo que debería suceder es un replanteamiento del sistema para un mercado que claramente está fallando.
Lo que observamos en la COP 26 es más de lo mismo, compromisos sin verdaderas intenciones. Como resultado tenemos el Pacto final de Glasgow, un pacto que a pesar de tener como propósito el cuidado del medioambiente, falla en mencionar las faltas y daños ocasionados por los climas extremos dejando desprotegidas a las comunidades más vulnerables; que además insiste en una disminución de combustibles fósiles cuando el verdadero impacto está en la eliminación de los mismos y que impulsa las soluciones industrializadas que no han demostrado ningún resultado y olvida aquellas de protección de ecosistemas lideradas por comunidades, que parecen ser nuestra mejor posibilidad.
Los datos, estadísticas y estudios han hablado de la poca efectividad de lo que hasta ahora se ha hecho, por lo que seguir el mismo camino asegura un futuro como el que estamos queriendo evitar. Se tiene que cambiar desde las bases no hay otra manera, es necesario cambiar el objetivo de la humanidad a uno menos ambicioso, a uno que respete al planeta y las especies que lo habitan como nuestros iguales y no sólo como nuestros servidores para un fin propuesto por los únicos que se benefician del mismo.